Apego y dilema edípico
Las cogniciones y los afectos inherentes al procedimiento humano de consolidar, validar y sostener un modelo comprensivo sobre su propia naturaleza, son activados en el ejercicio de comprender los diversos aspectos que conforman un tipo de organización psíquica. Constituyen un motor creativo acoplado al universo intersubjetivo que modela y moldea la idiosincrasia humana. La activación y despliegue de estos procesos, son tentativas confirmatorias sesgadas que obedecen a la impronta, al contexto socio-cultural y a las transformaciones identitarias. Esta tendencia a elaborar patrones y crear paradigmas existencialistas, responden a necesidades particulares de índole variopinta, destacando una necesidad de adaptación y supervivencia compartida por todos de hallar coherencia y constancia vital.
Algunos se esforzarán en evitar plantearse demasiadas cuestiones acerca de los cimientos en los que reposa la construcción de su sí-mismo y sus objetos de referencia. Sin embargo, parece que estuviésemos pre-programados para convertirnos en visionarios arquitectos, más o menos sofisticados, de una realidad multifactorial que especula sobre los principios, propiedades, causas y efectos que contribuyen a la creación de un paradigma defensivo-adaptativo, cuyo objeto último es el de generar evolución y progresión en el desarrollo psíquico del individuo. Barajar aquella “solución de compromiso” útil, que en congruencia con las creencias y recursos subjetivos circunscritos en el tiempo y en el espacio, promueva la capacidad homeostática de hacer frente a diversos acontecimientos, se torna urgente.
Al intentar comprender la naturaleza y conducta humanas desde el paradigma psicoanalítico y sus vertientes, entiendo la neutralidad analítica como algo absolutamente inconcebible, especialmente si exploro desde un marco cuyo valor supremo es el de erigir la complejidad humana mediante secuencias de disección y reintegración; proceso en el cual se precisa la inmersión y la alianza de al menos dos individuos, analista y analizando, cuyas perspectivas ideológicas están sujetas, no sólo a los dictámines científicos decretados, sino también a los dictámines de la subjetividad.
Este diálogo creativo y terapéutico sólo será viable si ambos mundos paradigmáticos hallan un espacio de conexión y cohesión que facilite el crecimiento y la superación, tanto íntima como compartida; acción que requiere tolerancia, empatía y aceptación consciente. Si las observaciones ejecutadas son capturadas desde el prisma estricto del propio entendimiento, se ciega y se omite el conocimiento expresado por otra entidad distintiva, su acogida y su auxilio; así como también se coartan las propias movilizaciones y reconciliaciones surgidas en este ejemplo de interacción.
Un derroche de censura limita el ingenio y paraliza la co-creación de estructuras de significado de interés psicoterapéutico. El escenario psicoterapéutico recrea simbólicamente la compleja trama de vínculos y relaciones sociales internalizadas que configuran la progresiva individuación e institución de la identidad tanto del paciente-analista como del paciente-analizando. Por ello, este “operar con la realidad” forma parte de una espiral dialéctica permanente que emerge inexcusablemente de un continuo intercambio intersubjetivo entre matrices de aprendizaje, todas aspirantes y susceptibles a la modificación.
Es decir, tanto el analista como el analizando asumen el compromiso de exponerse, entregarse y vivenciar patrones de aprendizaje basados en la internalización de circunstancias y experiencias significativas, que al encontrarse en este entrecruzamiento relacional, se aventuran a la metamorfosis y a la autorevelación, siempre y cuando se establezca un acuerdo o ajuste entre ambos mundos paradigmáticos cuya relación asimétrica no debe confundirse con la imposición omnipotente de un sistema de creencias absolutista, puesto que como terapeutas estaríamos alimentando necesidades narcisistas y coaccionando el proceso de individuación.
El fin de nuestra praxis no es el de dogmatizar convirtiendo al analizando en una marioneta pobre en recursos que dócilmente sucumba a nuestras predilecciones, sino la de facilitar un espacio democrático mediante el cual el individuo adquiera de forma consciente una serie de conocimientos que le brinden la competencia de argumentar y replicar sobre su situación. Por ello, hemos de aceptar guiarnos por las enseñanzas y motivaciones que deja al descubierto el analizando en la exposición de sus experiencias vitales para así integrar aspectos que posibiliten una liberación de la identidad respetuosa con la red de organizaciones pre-establecidas responsables de haber diseñado y designado el lugar que este ocupa en la sociedad. El ser humano, como diría Pichón-Rivière (1985) “Es un ser en y por la relación con el otro”.
A la pregunta de si “¿Edipo o Apego?”, sería presuntuoso negar la repercusión y el interés pragmático que destilan ambos paradigmas en la selección y significación del material clínico. Considero que el analista aún estando ligado a un paradigma científico e histórico, debe abrirse a la experiencia, “rendirse” al descubrimiento acerca de los supuestos y razonamientos que le expresa el analizando, para así trazar una estrategia de acción acorde con el contexto que representa esta díada.
La apertura y la flexibilidad conceptual e interpretativa previenen la cohibición, el reduccionismo y la decadencia. El único modo de lograr una expansión adaptativa, es el de incorporar al modelo interno de conocimiento todos los elementos significativos que, de una manera u otra, poseen la propiedad de impactar en el ser humano, aunque estos elementos parezcan contradictorios.
La creación del universo psíquico no se origina de forma autónoma, sino que responde a los condicionamientos de la genética, del “grupo interno” y de las constantes influencias multi-direccionales con el contexto intersubjetivo. Sería imposible concebir a un hombre “desnudo” de experiencias, conmovido únicamente por sus instintos más salvajes, más precarios. Creo que el transitar de un individuo, atraviesa ciclos pendientes de múltiples circunstancias; siendo elementos cruciales para su transformación, su impulso natural hacia el dominio contextual, la constante renovación progresiva de capacidades en su empeño de hallar significado coherente con la exigencia intersubjetiva y con el afecto resultante de toda experiencia y compromiso.
Partimos de un ser, siervo de ciertas necesidades básicas para su supervivencia siempre sujetas al establecimiento de vínculos afectivos. Esto significa que el niño, precario en capacidades, establece una relación interdependiente con la figura parental y el pequeño grupo de personas que conviven con él con el fin de crear una cuasi-extensión de sí mismo segura. En este funcional sistema interactivo, el niño utiliza al progenitor como fuente de bienestar, afecto, ayuda e información para posteriormente, construir modelos internos del mundo y de sus personas significativas, incluido él mismo, cada vez más complejos.
El ser humano posee un potencial de renovación suficientemente sofisticado como para que su esclarecimiento quede reducido a inocentes deseos o impulsos sexuales ambivalentes.
Entiendo que una reacción agresiva tiene una función en relación al vínculo y que la hostilidad puede surgir ante la posible amenaza de separación con la figura de apego; e incluso comprendo que el niño preescolar egocéntrico y limitado en raciocinio rivalice, luche e incluso se desorganice, pues a mayor pobreza en conocimientos y recursos, más caótico, incomprensible y amenazante se percibe la atmósfera que lo contiene. Pero además de tener en cuenta las pulsiones, debemos tener en cuenta que el hombre posee el “don” frente a las demás especies de construir cogniciones y afectos más potentes que los anhelos más primitivos, además de la capacidad de reciclarse.
En términos generales, tiene capacidad volitiva, pues no es un rehén absoluto ni de su inconsciente, ni de sus “apetitos” más intolerables. Su complejidad es subjetiva, imposible de penetrar y reducir desde un sólo encuadre. Y puesto que, su evolución no depende únicamente del impulso, sino del reajuste y adaptación al medio, es natural y lógico que atraviese sucesivas etapas críticas en el transcurrir de los “tiempos” y los “espacios” en los que la memoria archiva, oculta y revierte construcciones de experiencias adquiridas y esculpidas a imagen y semejanza del grupo.
Los análisis sobre el “dilema edípico” expuestos en “¿Por qué Edipo?” y en “Reexámen de la angustia de castración” ofrecen un marco teórico más coherente y completo, según el cual para concebir la complejidad del hombre precisamos concebir la complejidad de su contexto. Entonces, la situación edípica simbolizaría una coyuntura temprana en el proceso evolutivo del hombre. Supondría un movimiento por el cual el bebé sostenido, contenido y sometido a las “leyes y principios inconscientes del ser y el relacionarse que son transmitidos, fundamentalmente, por la madre”, comenzaría a percibir la complejidad de su universo intersubjetivo.
Para poder enfrentar y confrontar nuevas situaciones tiene que expandir su sí-mismo y hallar un entorno que posibilite la reconstrucción y readaptación de sus modelos internos. “En virtud de las primitivas defensas infantiles, diversas estructuras psíquicas se instauran en torno de otros tantos tipos de objetos, según las diferentes experiencias que el niño tiene de la madre, el padre y la pareja parental”.
El refinamiento de sus aptitudes le ofrece la posibilidad de jugar con la información y al fin y al cabo, con la realidad intersubjetiva. El periodo transicional al que hace referencia Bollas,C entre el antiguo niño y el nuevo niño es muy acertado, “(…) el padre quedará definido, en gran medida, según la situación de ese conflicto privado. Al ir descubriendo su deseo, el niño reconoce los de la madre y del padre, y queda fascinado por la especificidad del padre: su diferencia”. “Mientras soporta el dilema edípico, el niño se escinde reiteradamente en dos: vuelve a ser bebé, vuelve a ser niño. (…) crea, destruye y recrea nuevos conjuntos de objetos internos (…) Cabría afirmar que descubre la índole de las representaciones internas, que los padres y las madres cambian dentro de uno de acuerdo a los estados internos del sí-mismo.”.
La “omni-impotencia” del hombre está sujeta a la permuta constante frente a los preceptos compartidos por el grupo subjetivo que lo sostiene. No hay acción sin reacción. El hombre tiene el compromiso constante de que para progresar debe contribuir, y para ello debe reconocer su linaje, “Para vivir en un grupo, uno debe ser capaz de valorar esta complejidad de la vida y convivir con ella”.
Otra aportación interesante es la de dar relevancia al tiempo como “algo intrínsicamente curativo”. Bollas,C escribe “La resolución del complejo de Edipo conduce a experimentar este sentido curativo del tiempo, sanando los conflictos internos e interpersonales cuando, con el tiempo, aumenta la perspectiva del individuo: aquello que había sido escindido o renegado (a favor de la propia economía narcisista, por ejemplo) se reinserta en el cuadro, tornando más complejo al sujeto y a sus relaciones”.
Este desenlace evocaría a una resolución “sana” del “dilema edípico”. Si las condiciones biológicas fallan y el contexto potencial de identificaciones y representaciones no ha sido “suficientemente bueno”, la complejidad del “pequeño Edipo” quedará coartada y vulnerable ante las vicisitudes suscitadas en la propia mente. Nuestra propia subjetividad e idiosincrasia resultará en un aliado o en un enemigo según el nivel de elaboración psíquica que hayamos adquirido, lo que significa que para superarnos, adaptarnos o integrarnos, no hay otro destino que el de ser partícipes de un bucle regresivo constructivo y de-constructivo de “paradigmas” que confronten la realidad intersubjetiva. De no ser así, otros defenderán su integridad psíquica con la paranoia, la psicosis o incluso la psicopatía.
El hombre siempre estará subordinado al sostén del vínculo; él representa el vínculo y lo reinterpreta desde diversas perspectivas y de forma cada vez más autónoma. “Estamos entre dos órdenes inconscientes profundos (nuestra propia mente y la del grupo) que quiebran la cohesión simbiótica y edípica”. Esta compulsión a la regresión responde a la necesidad primaria pre-consciente de seguridad, control, coherencia y protección como soportes fundamentales en el proceso de individuación y más concretamente en la consecución de un estilo de vida favorable.
En “Reexamen de la angustia de castración” también se alza la subjetividad o complejidad psíquica como agente promotor de la “enfermedad básica”, un trastorno del sí-mismo. El niño que incorpora la falla del objeto/ sí-mismo e integra una deficiente estructura del sí-mismo está expuesto a experimentar crisis o angustias difícilmente reparables sin un sostén adecuado que revierta el proceso. Lo denominan “Falta de oxígeno psicológico”. De nuevo se eleva la empatía como respuesta a la supervivencia psíquica. El hombre necesita una respuesta especular que constituya un sí-mismo firme y cohesivo con capacidad autónoma de autoafirmación, “La más valiosa posesión de los seres humanos es precisamente su capacidad de responder a las frustraciones óptimas por vía de las internalizaciones transmutadoras y el cambio creativo”.
El hombre es producto de la relación, de los ritmos que organizan y estructuran el escenario intersubjetivo co-creado como fundamento para implantar un sí-mismo autónomo y a la vez reforzado por los objetos sí-mismo. La desintegración percibida del sí-mismo propiciada por los desaires e infortunios de la realidad subjetiva sería la causa primordial del bloqueo psíquico, en el que el sí-mismo fragmentado aspira a reestablecer su estabilidad o a regresar a sus traumas, resucitando y reconstruyendo experiencias antiguas en cada nueva escena social “arbitrada” por el tiempo.
“La capacidad de un progenitor para responder empáticamente a la necesidad que en materia de objetos/sí-mismo tenga un niño, y que puede ser desusadamentente grande o muy específica, depende en último análisis de la firmeza y cohesión del sí-mismo del progenitor”. La “figura parental simbólica” como figura de apego, modelo interno y objeto/ sí-mismo principal, es la raíz a partir de la cual se fundamenta el enramado creativo que dirige y argumenta la progresión constructiva o destructiva del hombre. Lo mismo ocurre en el espacio intersubjetivo entre el analista y el analizando. El analista, potencial objeto/sí-mismo, precisará afianzar su sí-mismo con el fin de ejercer su praxis lo mejor posible. Una desarrollada capacidad de empatía e introspección fortalecerá y consolidará este aspecto.
Una revisión interesante sobre el “dilema edípico” sería la de evaluar estos patrones evolutivos teniendo en cuenta otros tipos de modelo de referencia u objetos/sí-mismo, pues la realidad subjetiva acoge la diversidad del hombre, y la ciencia, su obra, tendría que dar cuenta de su versatilidad.
REFERENCIAS
Juri,L. (2001). Juanito: ¿Edipo o Apego?
Bollas,C. ¿Por qué Edipo?
Kohut, H. (1984). Re-examen de la angustia de castración.